Se arrastra sobre el suelo con dificultad pero el camino es corto, apenas tres metros. ¿Y qué son trescientos centímetros cuando se dispone de la eternidad?. Hace días descubrió que recostar las sienes alternativamente sobre el frío cemento de la pared de la celda le alivia el fuerte dolor de cabeza que desde hace unos meses es tan frecuente. La pared tan temida en las frías madrugadas invernales por la humedad que destila se ha convertido en su aliada, ni siquiera lo comenta en voz baja porque los carceleros son capaces de cambiarle de celda si se enteran que alguna porción del pétreo recinto no cumple su tarea con el reo, toda y cada una de las partes de este áspero panteón debe lacerar física y psiquicamente a su víctima. Pero la pared del fondo es piadosa, le alivia los dolores con su frialdad de cementerio de vivos y casi al atardecer cuando los rayos del sol insisten en penetrar fragmentados por los barrotes del ventanuco, puede leerse en ella la inscripción que relee en medio de la siniestra modorra de los enjaulados: "Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonan". Es el fragmento de la oración de Jonás de su preferencia y ¿que es él sino un Jonás atrapado en este vientre de cemento?.
No ha rehusado catequizar en Nínive, ha sido condenado por predicar en su propia tierra y ha usado palabras peligrosas, que en medio de la niebla que hoy ciega a sus compatriotas, son muy subversivas a los oídos de los que reinan sobre la miseria del pueblo. Le han considerado un guerrero mortal y no están lejos de la verdad, porque un hombre pertrechado de dignidad que alza sin temor su voz para gritar <¡Libertad! > en medio del terror y la apatía de sus congéneres, es en realidad un Roldán temible. Quizás algún día como los aqueos contaban a los nietos las hazañas de su Aquiles, nuestros nietos cuenten a los suyos la entereza y la fuerza de este mortal que hoy se arrastra para alcanzar el pétreo reborde que le sirve de lecho.
Apenas le quedan unos cincuenta centímetros pero prefiere descansar y con la tenue luz que se filtra desde el exterior a través de las ranuras de la puerta de hierro, puede apreciar la cucaracha que tiene a unos escasos centímetros del rostro. Al principio las mataba pero sólo tardó unos meses en comprender que eran parte de su compañía y aprendió a respetarlas. Quizás puedan llamarle loco pero les ha tomado afecto, una tarde pensó que si la vida media de una cucaracha adulta es de 13 a 45 semanas, es decir unos 135 días que representan unos cuatro meses y medio aproximadamente, podría al menos lograr algún intercambio amistoso. Una vez atrapó a una y le untó un hilillo de pasta dental por encima y le llamó Blanca. Cada día la veía aparecer por una grieta junto al ventanuco y le saludaba, alguna que otra vez mientras comía sintió la tentación de apartar de un revés algunas pequeños ejemplares que se desplazaban por la pared, pero la sola idea de que pudieran ser los hijos de Blanca le frenaban los impulsos y los apartaba con delicadeza, hasta que al final de su frugal ración diaria dejaba en una oquedad próxima a la grieta algún minúsculo resto de comida para sus amistades, a salvo de las dueñas absolutas del áspero suelo de cemento, las enormes ratas que en la noche emergen por el orificio que le sirve de letrina. Es curioso como los grandes conceptos de la especie humana pueden aplicarse con todos los seres, la bondad, la amistad, la convivencia en armonía pueden llenar hasta la inmensa soledad de un hombre preso. Puede resultar propio de orates pero es así, un buen corazón jamás estará solo.
Hace meses que Blanca dejó de existir. La cucaracha que tiene frente a sus ojos, se detiene unos segundos frente a él e inicia una brusca estampida hacia la grieta. Sonríe y con otro esfuerzo alcanza el lecho. Antes de incorporarse vomita, le duelen el abdomen y las piernas pero parece no tener ninguna costilla rota. Los guardias han aprendido a golpear con efectividad de tal manera que producen mucho dolor pero no lesiones graves, salvo en algunos casos donde la orden es la eliminación fisica y con una sola golpiza lo logran, por regla general. Escupe pequeños cóagulos de sangre y se incorpora lentamente. De una vez lo logra y se recuesta sobre la colchoneta, tendiéndose bocarriba entre fuertes mareos por el esfuerzo.
No debió haber gritado pero desde hace mucho tiempo todo lo que hace está dentro del amplio margen de lo prohibido y ya ni se detiene a pensar en lo que hace, sencillamente dice lo que piensa y eso es en extremo riesgoso en un país donde el margen de legalidad es tan estrecho que semeja una cuerda floja. A decir verdad nunca ha sido un buen equilibrista, ni siquiera en la universidad donde más de una vez sintió la tentación de gritar ante las imposiciones diarias pero al menos se mantenía en silencio en medio de las multitudes que clamaban las orientadas consignas y eso era bastante. Tan sólo pasar por apático en multitudes afectas de lujuria ideológica es de por sí un acto de resistencia, de velada disención, pero en una universidad cubana se acerca al suicidio intelectual y sobrevivió a ello, quizás por el afecto que todos sentían por el joven taciturno, de voz baja y que siempre tiende la mano a todos sin distinción.
Tiene arcadas que poco a poco van cediendo terreno a un sopor donde el cuerpo parece flotar. Intenta relajarse al máximo pues la contracción de cualquier músculo le resulta dolorosa, el ojo derecho entrecerrado por la inflamación le late pero es soportable, ya han sido tantas las veces que su cuerpo ha sido diana de los puños de los guardianes que conoce la evolución de cada golpe. En realidad, no debía haber gritado pero no pudo aguantarse. A media mañana el preso de la seis, a unas dos celdas de distancia fue apaleado por los guardias por gritar durante horas. El chico de diecinueve años gritaba por ver un médico. Dos horas más tarde recibió la visita del sargento quien le negó la petición a lo que joven respondió con un sonoro "hijo'e puta", lo que fue suficiente para recibir una contundente paliza que le dejó de seguro sin conocimiento porque no se oyeron más gritos. El joven reo, recluta condenado a muerte tras vaciar un cargador de AK-47 en el pecho del teniente de su unidad, es golpeado por los guardias a la menor transgresión del reglamento. Desde su celda escuchó los golpes secos de los palos en el cuerpo del adolescente y no pudo evitar gritar intentando parar la paliza, pero los soldados no saciados ante la rápida insconciencia de la víctima, decidieron dirigirse a su celda y culminar la tanda de ejercicios con su cuerpo. Quizás no debería haber gritado pero lo hizo y de alguna manera le reconforta el saber que quitó algún golpe del cuerpo del imberbe que espera por su ejecución. Al fin, entre otras cosas, por pedir el cese de la pena de muerte se encuentra pudriéndose en esta estrecha tumba a la que llaman celda.
El sargento se ensañó más que otras veces. Ha perdido un diente, más que por la bofetada por la debilidad de estos pues desde hace meses los dientes se balancean con cada movimiento de su lengua como si fuera algas mecidas por el oleaje. Cuando conoció del escorbuto al detalle en la universidad, intentaba imaginarse a los marinos que lo sufrían hasta que la Marina Real Británica descubrió que añadiendo zumo de lima a la dieta lo prevenía pero jamás pensó que él sería una de sus víctimas en el siglo XXI. Cuando la dirección del penal dejó que su esposa le enviara algunos limones y unas píldoras de vitamina C, ya era tarde, se recuperó bastante pero los dientes han quedado flojos para siempre. Por la pared corretean algunas descendientes de Blanca en pos de los vómitos y de la sangre y les observa con indiferencia mientras piensa que al menos ellas son felices en este antro, son libres.
Hasta dentro de dos días no podrá leer, en el último envío que le permitieron recibió dos libros y aunque ya los ha leído, prepara su segunda lectura como el verdadero reencuentro. Un libro es como una mujer que tal vez la expectación ante el terreno desconocido y la descomunal descarga hormonal del primer encuentro nublan la visión del detalle, que sólo se adquiere en los sucesivos contactos donde comenzamos a hacer una especie de cuidadoso mapa del cuerpo disfrutado. Uno de ellos, "Reflexiones sobre la verdad" de Mahatma Ghandi le ha impresionado sobremanera e intenta buscar dentro de sí la comprensión de este hombre que fue capaz de llevar a su pueblo a la libertad con la prédica del amor y una valiente resolución alejada de la violencia.
Afuera, la luz del sol se aferra a los barrotes del ventanuco, como si el astro se resistiera a dejar en la obscuridad al reo. Siente unos pasos fuera de la celda y en unos segundos se abre una pequeña ventana en la puerta metálica junto al suelo y una mano desliza a través de ella una lata de leche condensada con un líquido humeante en el que flotan granos de arroz. La pequeña abertura se cierra y sabe que han traído la comida pero esta noche las ratas se darán un desacostumbrado festín pues no tiene fuerzas para recoger el inmundo mejunje.
Unas horas más tarde, el guardia regresa de la ronda junto a las celdas y le parece escuchar a su paso por la diez una voz que reza. Verifica los cierres y regresa a la silla al final del pasillo. A la mañana siguiente, le comenta a su relevo que tuvo sueños raros durante la noche porque vió salir desde la celda diez como unos rayos de luz. Ellos no lo saben pero hay hombres que convierten en luz un sueño de libertad aunque sea desde el fondo de una mazmorra.
Patrio. http://www.secretoscuba.com/
PD: Anoche mi pensamiento voló, cruzó el Atlántico y me imaginé visitando a Biscet. Sólo he pretendido escribir estas líneas como ofrenda a su sacrificio. Hermano, estamos contigo.
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